Mania


Capítulo 2. Cors

—¡Estúpido! A ver si encuentras a tu hermana entre las larvas.

Pirman y sus amigos se reían de Cors mientras trataba de limpiarse la cara de barro. Tras encararse con Pirman preguntándole por su hermana, le habían cogido y arrastrado por todos los campos de cultivo. La impotencia le hervía la sangre, pero no podía hacer nada. Las lágrimas llegaban a sus ojos, pero no pensaba dar esa gusto a los matones. Contuvo las ganas de llorar y se quedó sentado cabizbajo hasta que se marcharon.

Al poco rato, los pensamientos de Cors eran como un bosque ardiendo. Incontrolables, prendían su interior arrasándolo todo. Él, casi un niño, debilucho y el más bajo entre los de su edad. Nunca destacaba, siempre el último, su hermana Mania le protegía de los matones y él se limitaba a leer, cazar larvas y molestar lo menos posible.

Estaba harto. Jamás olvidaría el calor de ese momento, justo cuando su amigo Grus apareció.

—¿Estás bien? —preguntó Grus mientras se acercaba lentamente a Cors.  

Cors levantó la cabeza e hizo que Grus diera un paso atrás. Nunca había visto ese fuego, esa ira, en la mirada de su amigo.  

—Vámonos —dijo Cors.  

Él hombrecillo se levantó, paso al lado de su amigo y se fue con un solo pensamiento y la determinación en sus ojos. Grus, alto, desgarbado, casi famélico, persiguió a su amigo sin saber que su destino estaba a punto de cambiar.

—¿Estás seguro chico? A nadie le importará tu vida allí.  

—Sí —y Cors firmó el documento.

El ser desapareció igual que había surgido. Mania tan solo se dio la vuelta un momento para ver al chico y cuando volvió la cabeza ya no estaba.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde se ha metido? —preguntó Mania cuando tuvo al chico al lado.  

—No lo sé, estaba demasiado ocupado persiguiendo a una loca —contestó él, mientras recuperaba el aliento.  

Mania oteó el horizonte, pero solo vio más tierra muerta y mosquitos.  

—Salgamos de aquí, anochece y no podemos estar aquí cuando empiece a llover.

Caminaron todavía un largo rato. Mania iba delante, curiosamente se sentía mejor que nunca. El dolor del costado se le había pasado y podía respirar sin problema.  

El panorama era desolador: largos y delgados palos intentaban mantenerse en pie con sus raquíticas ramas; la atmósfera era densa y si mirabas al horizonte se veía un color amarillento; en todas las direcciones se extendía un páramo yermo solo interrumpido por las colinas, charcos y zanjas del terreno, totalmente corroído e irregular.  

Mania guardaba cada detalle en su memoria, para ella era un paisaje maravilloso. No podía explicárselo, pero sentía una profunda alegría y paz mientras pisaba charcos de ácido y apartaba rastrojos de quién sabe qué.

—¡Ahí! —gritó el chico, y salió corriendo dejando a Mania atrás.  

Llegaron al refugio justo cuando una tormenta comenzaba a barrer las Tierras Raras. Al cruzar la puerta una sensación de soledad inundó a Mania, y se acordó de su hermano Cors. ¿Qué sería de él ahora que ella no estaba? Comenzó a preocuparse y, por primera vez desde que Pirman la tiro por la colina, tuvo ganas de volver.

—Mi nombre es Élum, por cierto —dijo el chico interrumpiendo sus pensamientos. —Significa «tierra» en el antiguo lenguaje.

—Encantada de conocerte, Élum. No pensaba que quisieras ser amiga de una Manchada —dijo Mania.

—¿Amiga? Nadie ha dicho que quiera ser amigo tuyo —replicó nervioso Élum. —Simplemente quiero que dejes de llamarme chico.

—Muy bien. Pues será mejor que vayas recogiendo todo esto un poco. Yo me voy a mi cuarto.

—¿Tu cuarto? —el chico quedó extrañado mientras veía a Mania subir las escaleras que daban a lo alto de la torre.

—¿No pretenderás que durmamos juntos? —dijo Mania desde arriba mientras cerraba la puerta con una sonrisa.

—No, no… quería decir… —avergonzado Élum siguió chapurreando palabras mientras colocaba los distintos enseres desperdigados por la habitación.

Volvió a contemplar la lluvia ácida caer como esa mañana. No había nada en lo alto de la torre salvó una cama y un pequeño escritorio, todo lleno de polvo. Las paredes eran una enorme cristalera que permitía ver todo el horizonte, semejante a un faro. Había cogido las sábanas de la cama y se había acurrucado contra el cristal, observando a lo lejos las luces que salían de su refugio.

—Cors…

—Cors…

—Cors, despierta.

Cors se despertó de un sobresalto.

—¿Qué pasa? ¿Grus? ¿Qué haces en mi cuarto?

—No podía dormir, ¿sabes?

—El loco de Pirman jamás te haría nada por la noche, Grus. Sabe lo serios que se ponen los Mayores cuando anochece.

—No es por eso, Cors.

—¿Qué te pasa entonces? ¿Otra pesadilla?

—No… Yo también he firmado.

—¡Qué! —gritó Cors.

—Shhhh, harás que nos castiguen.

—¿Por qué has hecho eso? —dijo Cors en un medio susurro.

—No podía dejarte solo. Pero ahora me da miedo.

—No tendrías que haber firmado —y enseguida Cors dio un abrazo a su amigo. —Gracias. Al menos nos tendremos el uno al otro.

—Sí…

Se quedaron ambos en silencio durante unos instantes.

—¿Sabes que no se ha visto a nadie volver de allí?

—Lo sé, pero Grus, ¿piensas que aquí tendremos más posibilidades de vivir con matones como Pirman? Yo ya estoy harto. Me convertiré en Eterno y me vengaré de ese imbécil.

—¿Sabes algo de tu hermana?

—No… El Mayor me dijo que la estaban buscando… y a ese otro chico.

—Élum.

—Sí.

—La traerán de vuelta, no te preocupes.

—No sé por qué… Pero tengo la sensación de que no debo preocuparme. Estará bien. Ahora solo pienso en el próximo lanzamiento. Iremos a la Academia y nos convertiremos en Eternos, estoy convencido Grus.

—Sí… Sí, yo creo que sí.

Páginas: 1 2