Como hombre, me pregunto, ¿cuál es mi papel hoy? ¿Qué se espera de mí?
Hoy más que nunca me parece que el hombre y la mujer tienen confundidas sus esencias. El que una vez desarrollaba su masculinidad protegiendo, creando una sensación de seguridad y estabilidad en el hogar, ahora es afectivamente débil y se ve arrastrado a la necesidad de compasión y consuelo, sin vistas de cambio.
Por otro lado, la que antaño acogía y daba vida y calidez al hogar, se ve impulsada a salir y despegarse de todo lo que sea necesario con tal de mostrarse entera y fuerte.
Quizás exagero o generalizo, pero no me invento nada. Son pensamientos que cualquiera puede tener hoy día.
No me planteo en este momento cuál es el origen de este cambio, su conveniencia ni sus consecuencias. En esta ocasión quiero compartir una visión pragmática del asunto, por la parte que me toca; qué papel tengo yo, hombre.
Como he indicado antes, hoy el hombre parece tener una mente gastada y tibia. Los grandes ideales son el dinero y la paz entendida como descanso, pero a la vez son profundamente criticados cuando los vemos reflejados en otros. Suelen asociarse a la suerte, y cuando no, nos hacen sentirnos menos o incómodos. La rapidez y urgencia de la vida, las preocupaciones multiplicadas por el factor de las redes sociales e internet, la desestabilidad social, han perturbado la sencillez del hombre. Ahora nos encontramos inmersos en una vida viciada, compleja y falta de sentido. No una falta de sentido real, sino cegada por el fruto de la «sabiduría».
En esta situación de deslumbramiento ante tantos estímulos de la vida moderna, el hombre no encuentra un camino recto en el que avanzar, sino que va dando bandazos, desorientado y sobrepasado, y pararse a reflexionar un momento no es suficiente, pues la corriente del mundo es demasiado fuerte y le arrastra. El hombre, competitivo por naturaleza, no es capaz de dominar ni vencer las tareas naturales, porque no dedica el tiempo necesario a aprenderlas y perfeccionarlas. La asociación actual del fallo con el fracaso, junto con la apremiante necesidad de terminar, le impiden desarrollar la profesionalidad y virtud que le llevan a cumplir sus metas y ser.
Parece, entonces, que no se espera nada del hombre. Sin embargo, él sí que espera algo de sí mismo. Gran contradicción. El mundo no exige hoy nada al hombre, tan solo le procura entretenimiento, bienestar… Pan y circo. En cambio, cada uno de nosotros anhela encontrar un sentido por el que luchar y vencer. Una misión, algo que proteger. Bien lo refleja Viktor E. Frankl en «El hombre en busca de sentido».
La calma y la sencillez, esencias de lo masculino, nos llevarán a encontrar la razón de nuestros días.